Nos fuimos a Marruecos con la mochila cargada de proyectos. Veinte kilos de ilusión nos dejó facturar Easyjet, tornillos de hielo incluidos. Entre el saco y los crampones empaquetamos algunas dudas. En la seta metimos unos cuantos deseos y en el equipaje de mano un montón de sonrisas. Algunas mochilas pesaban más porque cargaban sin saberlo prejuicios y tópicos que se fueron diluyendo al conocer personas. Suele pasar que los dibujos de nuestra mente, apenas esbozos de la realidad, se convierten en fotografías a todo color cuando uno deja de ver razas, culturas y religiones para dar la mano a un hombre que te recibe en su casa con una taza de te y un abrazo.

Una cuerda de 30 metros sirvió para asegurar los pasos atrancados, dubitativos de alguna montañera dicharachera. Una gran cuerda invisible, transparente a los ojos, opaca y sólida al alma, adornada con 22 nudos sirvió para unirnos en un objetivo común. No es solo subir una montaña. Es crecer, evolucionar. Es vivir y conocer.

Miramos, al principio con asombro, luego con envidia sana, a hombres que se hablan cogidos de la mano. Nos enroscamos un gran pañuelo azul en la cabeza. Exprimimos sabrosas naranjas. Compramos el lote completo de gorritos de mil colores. Cremas de aceites milagrosos, cientos de especias, miles de pastelitos. Y tomamos te, mucho te. Siempre distinto, siempre dulce. Sentimos el esfuerzo de respirar ese aire leve, raro, soso de oxígeno. Gozamos las mieles de la cumbre. Y hubo aplausos, abrazos, felicitaciones. Y habrá más senderos y nuevas cumbres. Seguiremos creciendo, evolucionando, atados a esa cuerda invisible tejida de la resistente fibra del compañerismo y la amistad.

Gracias compañeros de cordada.